Del hombre a la Leyenda: Simón Bolívar, el Libertador.

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La primera secuencia de la película «El Libertador» sorprende, cautiva y desconcierta: La cámara intrusa – subjetiva – sigue a un hombre de casaca polvorienta que atraviesa espacios anónimos con paso lento y quizás agotado. No hay un sólo indicativo de quién es esta silueta de cabello despeinado, que parece encorvado por un peso invisible. El juego de luces y sombras dibuja la escena en un sombrío tono melancólico, como si el hombre que intenta definir, fuera una infinita variación de grises. Esta es es quizás, la metáfora más profunda y concreta que pueda definir a la película «El Libertador», de  Alberto Arvelo (2013), otro intento cinematográfico de analizar la figura de Simón Bolívar, una aproximación elegante pero definitivamente incompleta y sobre todo, carente de profundidad de la figura de un personaje histórico que continúa resistiéndose a una interpretación simple.

moebiusweb@gmail.comSimón Bolívar siempre será un personaje histórico controvertido. No sólo por su capacidad para resumir una etapa convulsa de la historia latinoamericana, sino porque además, en si mismo el llamado Libertador de las Américas fue un hombre de una considerable complejidad. De otra forma no podría explicarse las muy distintas percepciones que se tienen sobre su personalidad, su obra y con toda seguridad algo tan sujeto a discusión como su legado histórico. ¿Fue Bolívar un dictador? ¿Un hombre de estatura épica? ¿Es el Semidiós que ha construido la revolución Bolivariana en la piedra de la conveniencia histórica? ¿O fue un líder con los defectos y temores de cualquier hombre de su época y que a pesar de ellos — o quizás debido a ellos — reconstruyó la historia a la medida de las necesidades de un país recién nacido? Cualquiera de las posibilidades, esboza una visión profundamente dura no sólo sobre un personaje sobre el cual se funda — y se sustenta — la identidad de un país — alguien llegó a sugerir de un continente- sino también, de las implicaciones que puede o no tener la historia que se cuenta sobre él o mejor dicho, el reflejo que dejó en esa interpretación del país como visión de futuro, como elemento social y cultural. Cualquiera sea el caso, Bolívar — su gesta y su misma condición como hombre de una época de ruptura — podría interpretarse tanto como una figura controversial y como una metáfora de un análisis de quienes somos y como nos concebimos.

Muy probablemente por ese motivo, la figura de Bolívar se resiste a un análisis simple. Incluso a una única perspectiva. La inmediata consecuencia de esa ambigüedad, ha hecho que una aproximación a su vida — tanto histórica como de cualquier otra índole — deba enfrentarse al hecho que sobre Bolívar no hay interpretación concreta. Desde el hombre de estatura Universal concebido en la imaginación de sus defensores, hasta su simple humanidad — esa fragilidad de un sino trágico que parece acompañarle en cada momento de su vida – Bolívar parece cimentar su mito en esa contradicción esencial de lo que asume como las circunstancias que podría contar – mostrar, analizar, reflexionar – su vida. Y es que Bolívar el símbolo y Bolívar el hombre parecen ser aspectos de una misma idea por completos irreconciliables y por ese motivo, toda visión que intente mezclar ambos extremos, parece condenada irremediablemente a una cierta superficialidad, a una incompleta versión de lo insiste en ser una perspectiva mucho más amplia.

Debido a todo lo anterior, quizás uno de los puntos débiles de la épica de Arvelo, sea precisamente esa rudimentaria combinación del elemento histórico y la ficción. La indiferencia hacia el necesario contexto histórico que pudo brindar al film un filón reflexivo del cual el director al parecer decidió prescindir en beneficio de una narración con ribetes grandilocuentes. Porque aunque el guión se sostiene justamente bajo la intención de mostrar al Bolívar Héroe a través de las rendijas del Bolívar hombre, el planteamiento carece de la suficiente profundidad como para sostenerse. Eso y a pesar de la cuidada puesta en escena, la extraordinaria fotografía y un elenco correcto aunque no precisamente brillante, que se esfuerza por encontrar una verdadera profundidad a una propuesta de origen levemente banal. Y es que Arvelo equivoca el método y el tono, y en una sorpresiva concesión a la espectacularidad, decide brindar mayor peso a esa insistencia del Bolívar Mítico, tomando una serie de decisiones creativas, artísticas y argumentales que intentan realzar, incluso a pesar de las inconsistencias que puedan suscitar en el resultado final, esa proyección del Héroe extraordinario, del Hombre que se eleva por encima de defectos, debilidades y la simple vulnerabilidad humana para convertirse en el símbolo de un país. La proliferación de extraordinarios paisajes, la minimización y caricaturización de personajes históricos como José Antonio Paez, Miranda y Simón Rodriguez en favor de la exaltación de la figura del héroe, crean una visión de la narración que parece sostenerse únicamente sobre esa celebración de Bolívar como extraordinario, incorruptible, trágico, destinado a la traición y cuya personalidad abarca todos los defectos y las virtudes de una nación en formación. Para Arvelo, la película se sostiene – y se mira así misma – como una celebración de un proceso histórico encarnado por una única figura: Y es que el Bolívar de Arvelo se hace enorme, incontestable, ante cualquier otro matiz e interpretación. Un héroe inevitable y ennoblecido para la ocasión por esa visión de la ficción histórica que se obsesiona por observar a sus héroes con excesiva benevolencia.

libertadorMención aparte, merecen las muy criticadas  libertades históricas que se toma el guión, siempre en su intento de construir un Bolívar de proporciones épicas: Desde la exageración en el número de batallas que libra Simón Bolívar, las contradicciones en eventos históricos claves – como el controvertido tema de las traiciones que sufre a lo largo del traumático proceso independentista – hasta la necesidad de reacomodar la historia para el beneficio del espejismo de grandeza que Arvelo se empeña hasta el último momento en mostrar. Como producto cinematográfico comercial, cabe preguntarse si las imprecisiciones y olvidos de una historia analizada hasta la saciedad, influyen en su reconstrucción cinematográfica. En el caso de «El Libertador» de Arvelo, su decisión consciente de robustecer el mito bolivariano en detrimento de la visión de un escenario donde confluyeron factores múltiples, debilita no sólo la historia que cuenta sino esa otra, la que se asoma como esencial para concebir la narración como verídica: Esa revisión de Bolívar bajo el Cariz de un hombre Universal, que a pesar de los intentos del director, parece limitarse a otra vez, levantar la bandera de la admiración nacionalista sin mayor matiz.

No obstante, la película es un producto cinematográfico elegante y correcto. Con su sobria y metódica puesta en escena – la película muestra una Venezuela de incomparable belleza y fue filmada en escenarios nacionales como Canaima y La Hacienda la Vega, música de Gustavo Dudamel y una edición impecable, el metraje logra una redimensión de lo que hasta ahora ha sido el cine nacional. Y ya de por sí, eso podría considerarse un triunfo mayor: Finalmente la filmografía nacional se sacude el lastre de esa insistencia en lo vulgar y lo monótono que por muchos años se consideró característico de la producción nacional. Aún así, queda preguntarse hasta que punto esa concesión a lo formalmente estético es suficiente para redimensionar el cine local. Un cuestionamiento sin respuesta que sin embargo, parece abrir un debate más amplio sobre esa nueva aproximación cinematográfica que Venezuela intenta construir.

Por Aglaia Berlutti